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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 12/6/2005
La Niña Rodicio, que anda en líos laborales desde que TVE la quiso echar a la calle por meter presuntamente mano a
la caja -allí aseguran que se gastaba el dinero de la corresponsalía de
Tel Aviv en ropa cara y artículos de lujo-, ha publicado un libro
autojustificativo en el que, creyendo que la mejor defensa es el
ataque, describe el mundo de los reporteros de guerra como un cuento de
hadas donde ella, valerosa e incomprendida Cenicienta, se enfrentaba
con mucho coraje e independencia ideológica a una chusma de colegas
españoles mercenarios, machistas, cobardes, embusteros, fantasmas y sin
escrúpulos, que no la soportaban por lo guapa y lo inteligente y lo
buena periodista que era y sigue siendo. Casualmente, los únicos de
quienes habla bien y dice que la apreciaban, Julio Fuentes y Ricardo
Ortega, están muertos. Que ya es mala suerte. En cuanto al resto, la
Niña desvela lo malos periodistas, lo vagos, lo mentirosos y lo perros
que son todos; por ejemplo, tipos tan sospechosos de toda la vida como
los veteranos Alfonso Rojo, Márquez y Fran Sevilla. A mí también me
incluye en la relación aunque me jubilé hace once años, supongo que
para agradecerme haberla citado con poco afecto en Territorio Comanche. Contando lo que dice que otros le han contado que les contaron, afirma
que pasé veinte años pagando a soldados para que disparasen y presumir
de tiros, y que en mis tiempos mozos fui, simultáneamente, agente de la
CIA y del KGB.
La verdad es que no pensaba ocuparme del asunto. No cazo ratoncitos a estas alturas, y bastante tiene ya la Niña encima. Pero el otro día abrí El Semanal y encontré cinco páginas con entrevista dedicadas a promocionar el libro de la honrada tragafuegos, con una foto «en su minúsculo y dos veces hipotecado apartamento de Madrid». Y lo del minúsculo y dos veces hipotecado apartamento me conmovió tanto
que leí la entrevista entera mientras movía la cabeza y pensaba: pobre
chica. La acusan injustamente de robar una pasta gansa, y ya ves. Vive
en la miseria. Sedotta, calumniatta y abandonatta, la pobre, por
razones políticas, por supuesto, después de lo difícil que es salir en
la tele compitiendo en plena guerra con hombres sudorosos y machistas,
mientras una va bien maquillada, con pashmina de seda, ropa
superfashion y tacones, pagando todo eso del exiguo sueldo de la tele,
sin plus de peligrosidad que, a diferencia de los otros ávidos Rambos,
ella asegura nunca quiso cobrar. Cómo se han cebado con su acrisolada
honradez, en vez de atacar a otros reporteros ladrones como los que
saquearon los museos de Bagdad, de donde ella admite haberse llevado
sólo pequeños recuerdos: «Un par de fotos del museo de Sadam y un
pedazo de cuerno de marfil y creo que fui la que menos se llevó. Mucha
gente cayó en la tentación, me consta que hay colegas que lo hicieron.
A mí jamás se me hubiera ocurrido».
Como dice la sabiduría popular, a la pájara se la conoce por la cagada. Eso mismo es lo que le dije a Márquez cuando telefoneó
desde Israel para decirme alucino, colega, esa tía cuenta que la
echaron por independiente y objetiva, cuando aquí los palestinos no la
podían ni ver porque pasaba de ellos, y no iba a un campo de refugiados
ni a una intifada aunque se lo pidieran de rodillas. Ni trabajaba ni
dejaba trabajar. Tiene huevos que precisamente ella acuse a la gente de
trabajar desde los hoteles. Así que, oye, no sé qué harán Alfonso, Fran
y los otros, pero yo le voy a meter una demanda judicial que va a
escupir las muelas. Eso dijo Márquez; pero mi respuesta fue déjala
estar, hombre. No merece la pena. La Niña Rodicio es una desventurada
que se vio metida, jovencita y demasiado verde, en un mundo muy duro
que le venía grande. El día que su directora de Informativos la mandó
al extranjero, la hizo polvo. La megalomanía se le disparó con los
viajes, los hoteles caros, el dinero, el presunto glamour del reportaje
de guerra, la gente diciéndole: huy, hija, qué hace una chica con esa
voz de pito en sitios como éste. Todo eso hizo que al final se le
exaltara la olla. Encima, la Tribu nunca la tomó en serio: recuerda sus
histerias de diva ultrajada y sus aviones B-52 bombardeando en picado.
Así que dejadla tranquila, que va apañada. Teclear un libro paranoico
se le antojó mejor terapia que un psiquiatra. En realidad deberían
olvidarse del dinero, readmitirla en TVE y devolverla a una mesa de
redacción o a un despacho, de donde esa pobre infeliz nunca debió haber
salido.