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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 26/7/2009
Paso a menudo junto al antiguo museo del Ejército, cerca de la Real Academia Española, y cada vez siento la misma
desolación al ver sus puertas cerradas. Uno de los más espectaculares
museos de historia de España que conocí ya no existe. Kaputt. Me lo
robaron. Le debo el favor definitivo al ex presidente Aznar, al ex
ministro Trillo y al Pepé, entonces en el gobierno. Pasándose por el
arrogante forro todas las protestas y argumentos razonables, esos
individuos echaron el cierre al recinto para trasladar su contenido al
Alcázar de Toledo. Les hacía más ilusión tenerlo allí todo junto,
supongo. Alcázar, militares, ejército. Las hordas rojas. Etcétera.
Dando, de paso, nuevos argumentos a los imbéciles que sostienen que en
España la memoria es de derechas, y que la historia militar se la
inventó el franquismo. Hay que joderse.
En fin. Con lo del museo me alegro por los toledanos, que así lo tienen a mano. Mejor para el turismo local. Pero a mucha
otra gente nos queda lejos, y Madrid ya no tiene museo del Ejército.
Ésa es la fetén. En cuanto a lo que haya ocurrido con los riquísimos
fondos que el viejo lugar contenía, lo comentaré con ustedes cuando
inauguren el nuevo. Y lo vea despacio. Aunque, como devoto del museo
antiguo -ese concepto romántico y abigarrado, donde cabía todo-,
barrunto que la puesta al día, moderna, luminosa y tal, se cobrará
daños colaterales. Mucha misión humanitaria y poca guerra, ya me
entienden. Paz por un tubo. Como si tres mil años de historia, con los
españoles dándole cebollazos a los de afuera, o dándoselos entre sí,
pudieran borrarse con buenas intenciones.
Y no sólo eso. Me cuentan que los textos que acompañarán a las piezas, cuando hacen alusión a España como esfuerzo común de una
nación -imaginen si ahí debería haber unos cuantos-, están siendo
mirados con lupa, a fin de no ofender sensibilidades ni doctrinas
pacíficas al uso. Toda referencia a hechos que contradigan la
diversidad plurinacional y plurimorfa de este pluriputiferio nuestro se
camufla o adoba de modo conveniente. O se intenta. Como la Guerra de
Sucesión y Felipe V, por ejemplo, por algunos de cuyos aspectos
pasaremos de puntillas. O la actuación de los voluntarios catalanes y
vascos que combatieron bajo las órdenes del general Prim en la guerra
de Marruecos. Delicadísimo asunto ese, por cierto. Guerra colonial
donde las haya, muy políticamente incorrecta. Y con moros, además. Por
no hablar del desembarco de Alhucemas, cuando la dictadura de Primo de
Rivera. Y de la Legión y Melilla, comandantes incluidos -tengo
curiosidad por ver cómo se resuelve eso-. Y de la Guerra Civil, con
toda una España republicana buena y solidaria frente a unos pocos
nacionales malos y peinados con gomina. Etcétera.
Pero la cosa no queda sólo en Toledo. O no va a quedar.
Ahí está el caso escandaloso del Museo Naval de San Fernando, Cádiz,
cuyas nuevas instalaciones han costado tres millones de euros; y que,
cuando todo estaba listo para trasladar el museo viejo al lugar
adecuado, digno de la antigua isla de San Carlos y de su historia, el
ministerio de Defensa lo ha puesto patas arriba, instalando en el nuevo
recinto, como si no hubiera otras instalaciones militares cerca, a la
infantería de Marina, y dejando la colección en donde estaba. Pero aún
puede ser peor. Tal es el caso de ciertas ideas, o tentaciones, sobre
una renovación del Museo Naval de Madrid, afortunadamente aplazadas. Y
digo afortunadamente porque una cosa es reformar y actualizar,
y otra aprovechar el barullo para descafeinar el asunto, adecuándolo a
la doctrina de turno. Me aterra pensar en lo que ese magnífico museo
podría convertirse, una vez pasado por la criba de lo políticamente
correcto. Por el titular de telediario y la foto en primera página. Hay
quien opina, en Defensa, que el Museo Naval tiene demasiado contenido
bélico y conviene rebajarle un poco el nivel, dando más relieve a las
exploraciones y a los avances científicos que tanto debieron a los
marinos ilustrados y cartógrafos españoles. En eso estoy de acuerdo,
pues sólo los nombres de Jorge Juan y Antonio de Ulloa o la expedición
de Malaspina merecerían espacios monográficos. Pero también es cierto
que la historia naval española está llena de hechos de armas -el mar
era un continuo batallar- y eso no hay pacifismos mal entendidos ni
buen rollito que lo borren. Conociendo el ganado, temo que una actualización de ese bellísimo museo terminaría alterando conceptos históricos
fundamentales para adecuarlos al canon oficial de esta España Que Nunca
Existió, en la que tanto golfo y tanto imbécil medran a sus anchas.
Dense una vuelta por el desaparecido museo militar de Montjuic -futuro
museo de la Paz- o por el naval de las Atarazanas de Barcelona, moderno
y muy bien concebido en lo formal. Lean despacio los textos en este
último, comprueben lo que hay y lo que falta. Verán a qué me refiero.