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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 03/5/2009
Me despierta un ruido y miro el reloj de la mesilla de noche. Ha sonado en la planta de abajo. Así que cojo la linterna y el cuchillo
K-Bar de marine americano -recuerdo de Disneylandia- y bajo las
escaleras intentando ir tranquilo y echar cuentas. Cuántos son, altos o
bajos, nacionales o de importación, armados o no. Si estuviera en un
país normal, este agobio sería relativo. Bajaría con una escopeta de
caza, y una vez abajo haría pumba, pumba, sin decir buenas noches.
Albanokosovares al cielo. O lo que sean. Pero estoy en la sierra de
Madrid, España. Tampoco me gusta la caza ni tengo escopeta. Sólo un
Kalashnikov -otro recuerdo de Disneylandia- que ya no dispara. Por otra
parte, una escopeta no iba a servirme de nada. Estoy en la España líder
de Occidente, repito. Aquí el procedimiento varía. Mientras bajo por la
escalera -de mi casa, insisto- con el cuchillo en la mano, lo que voy
es haciendo cálculos. Pensando, si se lía la pajarraca, si no me ponen
mirando a Triana y si tengo suerte de esparramar a algún malo, en lo
que voy a contar luego a la Guardia Civil y al juez. Que tiene huevos.
Lo primero, a ver cómo averiguo cuántos son. Porque si
encuentro a un caco solo y tengo la fortuna de arrimarme y tirarle un
viaje, antes debo establecer los parámetros. Imaginen que descubro a
uno robándome las películas de John Wayne, le doy una mojada a oscuras,
y resulta que el fulano está solo y no lleva armas, o lleva un
destornillador, mientras que yo se la endiño con una hoja de palmo y
pico. Ruina total. La violencia debe ser proporcionada, ojo. Y para que
lo sea, antes he de asegurarme de lo que lleva el pavo. Y de sus
intenciones. No es lo mismo que un bulto oscuro que se cuela en tu casa
de madrugada tenga el propósito de robarte Río Bravo que violar
a tu mujer, a tu madre, a tus niñas y a la chacha. Todo eso hay que
establecerlo antes con el diálogo adecuado. ¿A qué viene usted
exactamente, buen hombre? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿De dónde es? ¿A
qué dedica el tiempo libre?... Y si el otro no domina el español,
recurriendo a un medio alternativo. No añadamos, por Dios, el agravante
de xenofobia a la prepotencia.
Pero la cosa no acaba ahí. Incluso si establezco con
luz y taquígrafos los móviles exactos y el armamento del malo, un juez
-eso depende del que me toque- puede decidir que encontrártelo de noche
en casa, incluso armado de igual a igual, no es motivo suficiente para
el acto fascista de pegarle una puñalada. Además hay que demostrar que
se enfrentó a ti, que ésa es otra. Y no digo ya si en vez de darle un
pinchazo, en el calor de la refriega le pegas tres o cuatro. Ahí vas
listo. Ensañamiento y alevosía, por lo menos. En cualquier caso,
violencia innecesaria; como en el episodio reciente de ese secuestrado
con su mujer que, para librarse de sus captores, les quitó el cuchillo
y le endiñó seis puñaladas a uno de ellos. Estaría cabreadillo,
supongo, o el otro no se dejaba. Pues nada. Diez años de prisión,
reducidos a cinco por el Tribunal Supremo. Lo normal. Por chulo.
Imaginemos sin embargo que, en vez de cuchillo, lo que esta noche lleva el malo es una pistola de verdad. Y que en un alarde de
perspicacia y de potra increíble lo advierto en la oscuridad, me
abalanzo heroico sobre el malvado, desarmándolo, y forcejeamos. Y pum.
Le pego un tiro. Ruina absoluta, oigan. Sale más barato dejar que él me
lo pegue a mí, porque hasta pueden demandarme los familiares del
difunto. Otra cosa sería que el malo estuviese acompañado. En tal caso,
nuestra legislación es comprensiva. Sólo tengo que abalanzarme
vigorosamente sobre él, arrebatarle el fusco, calcular con astuta
visión de conjunto cuántos malos hay en la casa, qué armamento llevan y
cuáles son las intenciones de cada uno, y dispararle, no al que lleve
barra de hierro, navaja empalmada, bate de béisbol o pistola simulada
-ojito con esto último, hay que acercarse y comprobarlo antes-, sino a
aquel que cargue de pistolón o subfusil para arriba. Todo eso,
asegurándome bien, pese a la oscuridad y el previsible barullo, de que
en ese momento el fulano no se está dando ya a la fuga; porque en tal
caso la cagaste, Burlancaster. En cuanto al del bate de béisbol, el
procedimiento es simple: dejo la pistola, voy en busca de otro bate,
bastón o paraguas de similares dimensiones y le hago frente, mientras
afeo su conducta y le pregunto si sólo pretende llevarse las joyas de
la familia o si sus intenciones incluyen, además, romperme el ojete.
Luego hago lo mismo con el de la navaja. Y así sucesivamente.
El caso es que, cuando llego al final de la escalera, comiéndome el tarro y más pendiente de las explicaciones que daré
mañana, si salgo de ésta, que de lo que pueda encontrar abajo,
compruebo que se ha ido dos o tres veces la luz, y que el ruido era del
deuvedé y de la tele al encenderse. Y pienso que por esta vez me he
salvado. De ir a la cárcel, quiero decir. Traía más cuenta dejar que me
robaran.