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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 02/2/2009
Los llamaremos Paco y Otti. Fueron amigos míos hace mucho tiempo, y no sé qué será hoy de sus vidas. Los recordé anoche, cenando
con otros amigos a los que, al hilo de diversas cosas, conté su
peripecia. Y mientras lo hacía, caí en la cuenta de que se trata de una
de las más pintorescas historias de amor de las que tengo noticia, y
que nunca la he contado por escrito. Lo mismo les apetece leerla hoy a
ustedes. Ya me dirán.
Primero, situémonos. Marbella, final de los años sesenta. Otti es una guía turística finlandesa, rubia y escultural, que pastorea
a un grupo de guiris. La noche antes de regresar a Helsinki, se va de
marcha y en una discoteca conoce a Paco. A él también lo pueden
imaginar sin esfuerzo: moreno, guapo aunque bajito y un poquillo
tripón. Chico de buena familia y sin un duro, que toca la guitarra por
los bares. Simpático, golfete y con una cara dura absoluta, muy
española. La noche sigue como resulta fácil imaginar: apartamento de
Paco, un par de canutos, mucha guitarra y una dura campaña entre
sábanas arrugadas, toda la noche dale que te pego, hasta que, ya
amaneciendo, ella le da un beso, se despide sonriente y se larga al
aeropuerto. Fin del primer acto.
Mientras Otti vuela de regreso a su tierra, Paco se queda en la cama, pensando, y concluye que se ha enamorado como un
becerro. Necesita volver a verla, pero hay un par de problemas. Por una
parte, ella no tiene previsto volver a Marbella. Por la otra, él no
tiene un duro. Y para rematar la cosa, no sabe de la finlandesa sino su
nombre y apellido -supongamos que éste es Kaukonen-. Ni una dirección,
ni un teléfono. Nada. Pero como digo, está enamorado hasta las trancas.
Y tiene veintiocho años. Así que se levanta de la cama, vende su Seat
124, le pega un sablazo a un amigo -doy fe de que era su especialidad-,
compra un billete de avión -sólo tiene dinero para pagar el viaje de
ida- y coge el primer vuelo a Helsinki, vía Londres. Aterriza allí un
viernes a las cinco de la tarde, con su guitarra y ciento quince
dólares en el bolsillo. Ya es de noche y hace un frío que pela. En el
mismo aeropuerto, cambia dólares por moneda local, se mete en una
cabina, coge una guía telefónica y busca el apellido Kaukonen. Hay como
veinte, así que lo toma con calma. Ring, ring. «Hola, buenas. Ai am
Paco. ¿Otti is dere?» Cuando va por el decimosexto Kaukonen, y a punto
ya de acabársele las monedas, localiza a un fulano que conoce a la
pava. Es su tío paterno. Otti no tiene teléfono, le dice el otro, o no
lo conozco. Tampoco vive en Helsinki, sino en Hyvinkaa, que está a
cincuenta kilómetros. Y le da la dirección. Sillanpaa número 34, una
casita de madera. No tiene pérdida.
Con sus últimos dólares, Paco compra una botella de vodka, coge un taxi hasta Hyvinkaa, se baja con su guitarra en el 34 de
la calle Sillanpaa y llama a la puerta. Nadie. Ya son casi las diez de
la noche y el frío parte las piedras. Desesperado, se sube el cuello
del chaquetón y se acurruca en el portal, calentándose con el vodka. A
las once y cuarto, un coche se detiene ante la casa. Es Otti, y la trae
su novio Johan, en cuya casa ha pasado la tarde. Ella se baja del
coche, camina unos pasos y se para en seco al ver a Paco sentado en el
portal, con media botella de vodka vacía en una mano y la guitarra
apoyada en la puerta. Estupefacta. Cuando al fin recobra el habla,
exclama: «¡Paco!...». «¿Qué haces aquí?» Y él, temblándole los labios
azules de frío, la mira a los ojos y dice: «He venido a casarme
contigo». Con dos cojones.
Ahora háganse cargo de la psicología de la pava. Finlandesa, o sea. La tierra de la alegría y los hombres apasionados, risueños y
con una gracia contando chistes que te partes. Y en ésas aparece allí,
con su guitarra y quemando las naves, un fulano bajito, moreno y
simpático que la tuvo en Marbella toda una noche dale que te pego,
despierta y gritando: «Oh-yes, oh-yes, oh-yes» mientras él, sudando la
gota gorda, decía: «Que sí, mujer. Te oigo, te oigo». Y claro. Pasando
mucho del novio, que mira pasmado desde el coche, Otti se tira encima
del visitante y se lo come a besos y lametones. Y lo mete adentro. Y
los dos tardan cuatro días y varias botellas de Suomuurain y Mesimarja,
además de la media de vodka que quedaba, en salir de la cama, con los
vecinos asomados a la ventana para averiguar de dónde proceden esos
alaridos inhumanos. Y después de muchas peripecias -Paco tocando la
guitarra por los restaurantes de allí-, vienen a España, se casan y
tienen dos cachorros rubios, Kristina y Alexis, con pinta de vikingos.
Pondremos aquí el colorín colorado. Lo que sigue, quince años de convivencia de Otti y Paco, no termina del todo bien. Los años
pasan, cambian a la gente. Nos cambian a todos. Hoy Otti vive otra vez
en Finlandia. En cuanto a Paco, hace mucho tiempo que no sé nada de él.
Pero hubo un momento en que fueron mis amigos y pude compartir un poco
de su historia. La más simpática historia de amor que conocí nunca.