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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 14/12/2008
Oído al parche, terrorista. O terroristo. A ti te lo digo, sí.
Quítate un momento la capucha o la kufiya, tío. Lo que lleves puesto.
Deja el cuchillo de degollar infieles, el Corán sin notas a pie de
página, el teléfono móvil conectado a la mochila bomba, la pistola del
tiro en la nuca, el coche trampa y las mentecatas obras completas de
Sabino Arana que, encima, analfabeto como eres -hasta las cartas de
extorsión las escribes con faltas de ortografía, colega-, no has
abierto en tu vida. Deja todo eso un momento y atiende. Tengo unos
bonitos consejos para regalarte por la patilla, a fin de que puedas ser
un terrorista eficaz y prudente, de los que nunca caen en manos de la
policía. En un país serio, esto me llevaría delante de un juez:
colaboración con banda armada, apología del terrorismo o qué sé yo.
Cualquier cosa lógica. Pero estamos en España, oyes. Nada de lo que voy
a decir es cosa mía, sino tomado de los periódicos después de que altos
responsables policiales larguen en la prensa con pelos y señales. Es de
dominio público, vamos. Al alcance de cualquiera. Así que tú mismo,
tronqui. Lee y aprende, porque parece mentira. No os enteráis. Los
periódicos llevan años contándolo, y vosotros seguís dejándoos coger
como capullos en flor.
Para empezar, ¿sabes por qué palmó Cheroqui, o Txeroki, o como se escriba? Entre otras cosas, porque los etarras usan cibercafés
para comunicarse, y las fuerzas represoras del Estado fascista vigilan
esos sitios. Por si no habías caído en la cuenta, lo señaló el ministro
del Interior el otro día. Cibercafés, dijo. Con todas sus letras. Y la
policía no es tonta. Ya sé que el nivel intelectual de los gudaris ha
bajado mucho, y que los liberados, los legales, los kaleborroka y otros
heroicos luchadores vascos y vascas seguirán acudiendo a esos sitios
cual pardillos, a ponerse correos electrónicos como locos. Quien no da
más de sí, no da más de sí. Pero en fin, tío. Por el ministro, que no
quede. El que avisa, no es traidor.
Otro detalle, pringao: que no se te ocurra más, en tu terrorista y puta vida, llevar encima ordenador portátil ni lápiz de memoria con
datos de la peña. ¿Vale? Tampoco robar un coche nuevo y ponerle una
matrícula vieja: un Peugeot 207 con letras ZL canta la Traviata. Así
que elige otras letras, porque si no te van a pillar seguro, como
explicó amablemente el jefe de los txakurras a cuanto periodista se
interesó por el detalle. Porque una cosa es el secreto policial y otra
la transparencia informativa habitual en una democracia madura y
diáfana como la nuestra. Ojito con eso. Ya sé que contar minuciosamente
cómo y por qué se ha trincado a un terrorista es forma segura de
alertar a otros para que no cometan el mismo error, pero qué se le va a
hacer. Las policías extranjeras alucinan en colores con lo nuestro,
pero aquí nos encogemos de hombros. No passssa nada, coleguis. Cuando
se es referente moral y reserva ética de Occidente, como es el caso de
España, nobleza obliga.
Podría contarte un montón de cosas más, terrorista de mis carnes. De este y otros episodios. De etarras patosos y de
islamistas chapuceros. Explicarte por lo menudo cómo se los detecta,
sigue, vigila y detiene mediante tal o cual instrumento, o porque
cometen determinado error. Advertirte sobre cómo debes revisar los
bajos de tu coche y localizar la chicharra que le pusieron, eludir el
equipo direccional de sonido que graba tus propósitos, evitar aquella
autopista porque tiene videovigilancia, no registrarte nunca con tu
chica o chico en hoteles así o asá, olvidar tal cafetería, restaurante,
carnicería islámica, bar, piso o sucursal bancaria. Pero no me
necesitas. Tú mismo podrías, leyendo tres o cuatro periódicos,
establecer la identidad del confite que se berreó a la madera sobre tu
colega Gorka, o Edurne, o Mohamed, o Manolo. Porque ésa es otra. Hasta
las identidades de infiltrados y chivatos salen a relucir, a veces con
familia y domicilio incluidos, en este país donde acogerse a la
condición de testigo protegido -y no digamos testigo a secas- es jugar
a la ruleta rusa con seis balas en el tambor. Como para que colabore la
Niña de la Venta. Aquí te venden a cambio de un minuto de telediario, y
no sería la primera vez que confidentes o infiltrados tienen que
abrirse a toda leche porque una llamada telefónica les advierte que, en
media hora, el ministerio del Interior, el portavoz tal o cual, van a
detallar ante la prensa hasta la talla de faja que usa la madre que los
parió.
Resumiendo, chaval. En este país de cantamañanas no necesitas un manual titulado Lo que no debe hacer el perfecto terrorista. Basta con leer los periódicos. Pero, claro. Aquí la prensa tiene
derecho a saber. Los ciudadanos tienen derecho a saber. Incluso los
terroristas -ya te digo que España no es opaca, autoritaria y poco
democrática como Gran Bretaña, Alemania o Francia- tienen derecho a
saber. En consecuencia, saben. Y aun así, los trincan. Calcula el
nivel, Maribel.