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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 01/6/2008
Insistir, a estas alturas, en que aprecio en general más a los
perros que a los hombres es una obviedad que no remacharé demasiado. He
dicho alguna vez que si la raza humana desapareciera de la faz de la
tierra, ésta ganaría mucho en el cambio; mientras que sin perros sería
un lugar más oscuro e insoportable. Cuestión de lealtad, supongo. Hay
quien valora unas cosas y quien valora otras. Por mi parte, creo que la
lealtad incondicional, a prueba de todo, es una de las pocas cosas que
no pueden comprarse con retórica ni dinero. Tal vez por eso, la
lealtad, en hombres o en animales, siempre me humedece un poquito las
gafas de sol.
Todo esto viene a cuento porque acabo de darle un repaso a El Valle de la Muerte, un ensayo de Terry Brighton sobre la carga de la Brigada Ligera durante la guerra de Crimea. Aquello, más conocido por la carga entre los que están en el ajo, es asunto que algunos frikis de la
materia -los periodistas Jacinto Antón y Willy Altares, mi compadre
Javier Marías, yo mismo y algún otro- cultivamos, desde hace muchísimos
años, como materia de reflexión y tertulia, sobre todo a la hora de
comparar la leal actuación de los lanceros, dragones y húsares ingleses
aquel 25 de octubre de 1854, dejándose el pellejo bajo la artillería
rusa, con la criminal incompetencia de los mandos británicos que
ordenaron el ataque, notorio entre las grandes imbecilidades militares
de la Historia.
La historia es conocida: cinco regimientos de caballería británicos cargaron de frente contra una batería rusa, a través de un
valle de kilómetro y medio de largo, batido a la ida y a la vuelta por
fusileros y artillería. De seiscientos sesenta y seis hombres volvieron
a sus líneas heridos o ilesos, muchos a pie y todos bajo fuego enemigo,
trescientos noventa y cinco. Hasta la suerte de sus caballos se conoce:
de los pobres animales que montaron los ingleses, galopando entre el
estallido de las granadas o sueltos luego por el valle enloquecidos y
sin jinete, murieron trescientos setenta y cinco. Ni siquiera los
famosos versos de Tennyson, que varias generaciones de escolares
aprendieron de memoria -«Media legua, media legua / media legua más allá...»-, pueden embellecer el asunto. Fue una carnicería en el más exacto sentido de la palabra.
Pero de lo que quiero hablar hoy es de perros. Porque lo que pocos saben es que, ese día, dos perros cargaron también contra los cañones rusos. Se llamaban Jemmy y Boxer,
y eran, respectivamente, las mascotas del 11o y del 8o regimientos de
húsares. Los dos canes habían acompañado a sus amos desde sus cuarteles
de Inglaterra, y estaban en el campamento británico cuando se ordenó a
la Brigada Ligera formar para la carga. Así que, como tantas otras
veces en desfiles y maniobras, los dos fieles animales acudieron a
colocarse junto a las patas de los caballos de los oficiales,
dispuestos a marchar al mismo paso, sin obedecer las voces de los
soldados que les ordenaban apartarse de allí. Después sonó la corneta,
empezó la marcha al paso, luego al trote, y cuando, bajo intenso fuego
de artillería, se pasó al galope y sonó el toque de carga, con las
granadas reventando, hombres cayendo por todas partes, estruendo de
bombazos y caballos destripados o sin jinete, Jemmy y Boxer siguieron corriendo imperturbables, junto a sus amos, en línea recta hacia los cañones rusos.
Parecerá increíble para quien no conozca a los perros. Esos chuchos cruzaron todo el valle de Balaclava entre un diluvio de fuego -«Hasta las fauces negras de la Muerte, / hasta la boca misma del Infierno»-
y permanecieron junto a los húsares, o lo que quedaba de ellos,
mientras éstos acuchillaban a los artilleros enemigos y morían entre
los cañones. Después regresaron despacio, al paso de los caballos
maltrechos que traían a los supervivientes, junto a hombres desmontados
o heridos que caminaban y caían exhaustos, entre el tiroteo ruso y los
disparos de quienes remataban a sus caballos moribundos ante de seguir
a pie. Tres largos kilómetros de ida y vuelta. Jemmy y Boxer hicieron la carga junto a los primeros caballos de la brigada y
regresaron a las líneas inglesas con el primer hombre montado de sus
respectivos regimientos que volvió a éstas: Ileso Boxer, sin un rasguño; herido Jemmy por una esquirla de metralla en el cuello. Y ambos, acabada la campaña,
regresaron a Inglaterra y murieron viejos, honrados y veteranos, en su
cuartel.
Ni Tennyson ni poeta alguno hablaron nunca de ellos, ni
en el poema famoso ni en ningún otro maldito verso. Por eso he contado
hoy su historia. Para decirles que por el Valle de la Muerte, cargando
contra los cañones con la Brigada Ligera, también corrieron dos buenos
perros valientes.