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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 20/4/2008
El próximo viernes se cumplen doscientos años del 2 de Mayo,
día en que Madrid se sublevó contra los franceses. No fue, como la
historiografía tradicional afirmó durante dos siglos, un alzamiento
masivo de toda la nación. Eso vino después, a partir del 3 de mayo. Y
con reservas. Las palabras masivo y nación deben ser manejadas con
cuidado, como cada vez que se consideran los lugares comunes de la
triste historia de España. Lo indiscutible es que en Madrid hubo una
sublevación, y que quien empuñó las armas fue la gente más humilde,
haciéndose cargo a tiros y puñaladas de una soberanía abandonada por
sus gobernantes. Así, el pueblo dio una lección de dignidad y decencia.
También dio una lección de incultura política y de fanatismo religioso,
equivocándose de enemigo; pero ésa es otra historia. Los hechos son los
hechos. El 2 de Mayo, con enemigo equivocado o no, fue una hazaña
histórica. Como tal debe recordarse. Punto.
Ese día luchó muy poca gente. Es dudoso que en aquella ciudad de 160.000 habitantes se batieran de verdad más de tres o cuatro
mil personas. La aristocracia, la gente de orden, los altos mandos del
ejército y la mayor parte de éste se quedaron en casa, mirando. Todo
acabó como todos sabemos y como Goya nos recuerda. Pero esa jornada,
que podía haberse limitado a una insurrección de cuatro o cinco horas,
tuvo notables consecuencias. Hizo que España entera -cada uno a su
modo, como solemos, unos voluntarios y otros a la fuerza- tomara
conciencia de sí misma, de lo que era desde hacía muchos siglos, y se
levantara, solidaria -otra palabra imprecisa, tratándose de españoles-,
en una contienda larga y cruel que cambió nuestra historia y la de
Europa.
Por eso el 2 de Mayo es tan importante. Porque fue origen del complejo e interesante proceso que vino después, incluida la
primera Constitución en 1812. Esos pobres carpinteros, mendigos,
albañiles, rufianes, manolas y chisperos, compatriotas de todos los
lugares y de las colonias americanas, que se batieron en Madrid,
merecen ser recordados por muchas razones: por los 409 de ellos que
murieron y los 160 que quedaron heridos, y sobre todo por la lección de
coraje que dieron, demostrando un par de cosas: que a la hora de dar la
cara los españoles están siempre por encima de sus gobernantes, y que
siglos de incultura, opresión eclesiástica, visceralidad y fanatismo
cerril nos convierten en principales enemigos de nosotros mismos. Que
el resultado final de aquel inmenso sacrificio fuese el regreso, entre
vítores, del rey más infame de nuestra historia, no deja de ser
españolísima y natural paradoja. Pero cada cual tiene lo que merece
tener.
En cualquier caso, insisto: el triste resultado de lo que empezó en
1808 no destruye el mérito de la hazaña. Lo que sí debe hacer es mover
a reflexión. Por eso es bueno conmemorar desde la lucidez y el rigor.
Homenajear a aquellos hombres y mujeres, recordar lo que hicieron, es
objeto de una exposición que acaba de inaugurarse en Madrid, en las
instalaciones del Canal de Isabel II. Se titula 2 de mayo de 1808. Un
pueblo, una nación, y responde a una ambición concreta y limitada:
despojar a esa jornada, en lo posible, de dos siglos de
interpretaciones diversas, partidistas, contradictorias y discutibles,
recobrando a cambio la narración objetiva, el pulso de la epopeya de un
pueblo indefenso que creyó su deber y su dignidad alzarse en armas, y
que a partir del día siguiente fue secundado por una nación entera.
Les cuento hoy todo esto porque participo en el asunto y estoy orgulloso
de ello. Después de la publicación de un libro mío sobre el 2 de Mayo,
el Canal de Isabel II me hizo el honor de confiarme la dirección de ese
tinglado. La idea ha sido crear un espacio virtual, objetivo, abierto
al gran público; una intensa recreación histórica, muy didáctica, que a
modo de túnel hacia el pasado haga viajar al visitante en el tiempo,
moviéndolo por aquel Madrid apasionante y terrible, durante las veinte
horas transcurridas entre las ocho de la mañana del 2 de Mayo y las
cuatro de la madrugada del día siguiente: uniformes, vídeos, sonidos,
películas, armas, grabados, cuadros, recreaciones de situaciones y
combates. Un relato audiovisual, intenso, casi físico, que haga posible
comprender aún mejor las palabras que el emperador Napoleón, confinado
en la isla de Santa Helena, confió a su asistente Las Cases:
`Desdeñaron su interés sin ocuparse más que de la injuria recibida. Se
indignaron con la afrenta y se sublevaron ante nuestra fuerza. Los
españoles en masa se condujeron como un hombre de honor´.
Pueden darse una vuelta por allí, si les interesa el asunto. Hasta septiembre pueden hacerlo, creo. Ya me dirán luego si merece la pena.