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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 30/3/2008
La verdad es que cada uno se lo pasa lo mejor que puede, y en
eso no me meto. Faltaría más. Especialmente en lo de vivir emociones
intensas. Hay quien disfruta como un gorrino en un charco atado a una
cuerda elástica y tirándose de un puente, quien corre en Fórmula Uno,
quien les empasta las caries a los tiburones en los cayos de Florida y
quien se lo pasa bárbaro dándose, metódica y rítmicamente, martillazos
en los huevos. Cada uno tiene su manera de segregar adrenalina, y me
parece bien. Siempre y cuando, por supuesto, cuando luego se rompe la
cuerda, derrapa el bólido, el tiburón te dice ojos negros tienes o el
martillazo te deja mirando a Triana, no vayas reclamando daños y
perjuicios, y con tu pan te lo comas. Las emociones, en principio, son
libres.
Por eso, supongo, nada tengo que objetar a que
trescientos jóvenes aficionados a las películas gore, muertos
vivientes, cementerios y casquería con motosierra -afición tan legítima
como otra cualquiera- organicen una Marcha del Orgullo Zombie rebozados
de carne podrida, borbotones de sangre, ojos colgando, muñones
sanguinolentos y cosas así. Al grito de «Sangre, sangre, dame más
sangre», los de la Marcha Zombie -lo correcto, por cierto, sería zombi,
sin esa innecesaria e gringa- se pasearon el otro día por Madrid, y así
me los topé en el paseo del Prado: fulanos bailando con el pescuezo
rebanado o con un destornillador incrustado en un parietal, pavas con
media cara que parecía arrastrada por el asfalto, muñones
sanguinolentos y demás parafernalia del escabeche. Todo divertido a más
no poder, oigan. De troncharte y no echar gota. O como se diga.
Tanto me divertí con el espectáculo, que todavía me
estoy riendo. Se me parten los higadillos acordándome. Un chute, lo
juro. Divino de la muerte. Me desternillo acordándome de mis zombis
particulares, que no necesitan que los maquillen con sangre chunga
porque el producto natural lo ponen ellos, por la patilla. Me lo paso
de miedo cuando estoy un rato pensando, o me despierto de noche, y
vienen a hacerme compañía en su Marcha del Orgullo Zombi particular. No
pueden imaginar ustedes lo que disfruto yo, y lo que disfrutan ellos.
Ahí querría ver a los aficionadillos del paseo del Prado. A ver quién
es capaz de competir con una bomba en un cine de Bagdad o un morterazo
en el mercado de Sarajevo. Los desafío a todos a competir con mi amigo
el comandante Kibreab y sus sesos desparramados sobre un hombro, tirado
en el suelo de la plaza de Tessenei, en abril de 1977. O con el
fastuoso maquillaje natural de la guerrillera desnuda por la onda
expansiva de una granada y con las tetas hechas filetes por la
metralla, en el Paso de la Yegua, Nicaragua, 1979. También sería
difícil imitar la gracia del negro macheteado en junio de 1988 en
Moamba, Mozambique. O la del fulano de Hezbollah hecho un amasijo de
carne y tripas en su coche alcanzado por un misil israelí cerca de
Tiro, en 1990. O, para terminar y no extenderme mucho, el salero zombi
de los treinta y ocho croatas que en septiembre de 1991 vimos Hermann
Tersch, Márquez y yo mismo degollados en los maizales de Okuçani,
Croacia: cadáveres muy canónicamente gore todos ellos -habrían hecho un
brillante papel en la Marcha del Orgullo Zombi-, a los que no imaginan
ustedes con cuánta gracia les colgaba la cabeza con la garganta abierta
cuando los levantaban del suelo para enterrarlos. Es que me acuerdo,
oigan, y me parto. Tan simpático todo, fíjense. Tan divertido.
Estoy lejos de ser el único que puede aportar carnaza
fresca a la fiesta, no se crean. Vayan y pregúntenle a Gerva Sánchez,
por ejemplo, cuántos muñones sangrantes y sin sangrar, con minas y sin
minas, ha fotografiado a lo largo de su vida profesional. O a Alfonso
Rojo, Miguel de la Fuente, Paco Custodio, Fernando Múgica y Ramón Lobo,
veteranos miembros de la vieja y extinta tribu, que todavía se
despiertan a veces preguntándose en dónde diablos están. Lo del Orgullo
Zombi tiene que traerles bonitos recuerdos, supongo. Muchas imágenes
divertidas y simpáticas. Seguro que les pasa como a mí: les preguntas
por el hospital de Sarajevo -chof, chof, hacía el suelo encharcado de
rojo cuando lo pisabas- después de un día de buena cosecha de
francotiradores y artilleros serbios, y seguro que se rulan de risa.
Como habrían hecho, sin duda, Julio Fuentes, Miguel Gil Moreno, Anguita
Parrado, el cámara Couso, Juantxu y los demás que ya no están aquí para
rularse. A cinco litros de sangre por cabeza, calculen el flash. Los
imagino a todos bailando por el paseo del Prado, a los compases de No es serio este cementerio. Qué guay, tíos. De verdad. Menudo subidón.