Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 14/10/2007
Hay una clase de cartas, entre las que me escriben los lunes,
cuya virulencia supera, incluso, las de las feministas galopantes de
género y génera y las de las pavas con indigencia intelectual,
incapaces unas y otras de entender nada que no responda al canon obvio
de ese mundo virtual que se han montado y que tanto aplauden, para
evitarse problemas, ciertos tontos del haba. Yo tengo un par de
ventajas. Por una parte, ese canon artificial me importa un carajo. Por
la otra, hace cuatro o cinco años escribí una novela sobre mujeres,
machismo y algunas cosas más, y a su contenido -corrido de los Tigres
del Norte adjunto- me remito cuando vienen diciendo que les toco la
bisectriz.
En cualquier caso, como digo, ese correo femenil descompuesto de humor, inteligencia y maneras no es lo que más
chisporrotea. Lo más plus de lo plus llega cada vez que me introduzco,
saltarín, en los jardines nacionalistas. Ahí de verdad que sí. Ahí es
donde paletos espumajeantes y tontos de campanario -no siempre son
sinónimos, aunque a menudo lo parezcan- sacan lo mejor de sí mismos, y
de sus argumentos, para ciscarse en mis muertos. En mis muertos
españoles, naturalmente. Eso me pone en situación delicada, pues como
saben quienes me leen desde hace tiempo, mi concepto de España y de los
españoles, desde Indíbil y Mandonio hasta ayer por la tarde, no puede
ser más incómodo y descorazonador. No sé cuántas veces habré escrito en
esta página, en los últimos doce o trece años, país de mierda o país de
hijos de la gran puta; conceptos estos que, por cierto, también generan
su propio correo específico, esta vez del sector Montañas Nevadas. Pero
mis astutos corresponsales patriachiqueros no se dejan engañar, porque
son muy listos, e incluso bajo tales exabruptos detectan un españolismo
de fuego de campamento, brazo en alto y en el cielo las estrellas, de
ese que tanto les gusta practicar a ellos en versión propia, o que
tanto necesitan en otros para justificar su trinque, su mala fe o su
imbecilidad.
Esta clase de cartas llegan, indefectiblemente, cada
vez que menciono asuntos históricos, a los que tengo cierta afición. Y
no deja de tener su gracia. Uno puede desayunarse cada mañana viendo en
los periódicos y la tele cómo gudaris y otros paladines catalaúnicos,
celtas, euskaldunes, andalusíes o de donde sean, incluso cretinos
bocazas peinados de través como el coqueto y casposo Iñaki Anasagasti,
meten el dedo, removiéndolo, en cuanto ojo encuentran a mano, con tal
de joder un poquito más, o se limpian las babas con cualquier bandera
que no sea la de su parcelita. Pero que a los demás no se nos ocurra,
por Dios, hablar de Historia, ni de España, ni de nada, ni siquiera en
términos generales, que no coincida exactamente con lo expuesto en el
escaparate de su negocio. Hasta ahí podíamos llegar. Algunos, incluso,
son inteligentes. O lo parecen. Ésos, más allá del rebote elemental,
suelen descolgarse con una contundencia, una seriedad pseudocientífica
y unos aires de autoridad tales que hasta al cartero de XLSemanal, que es un pedazo de pan, lo hacen picar de vez en cuando. Son capaces
de desmentir, sin empacho, cuanto se ponga por delante. Veinticinco
siglos de memoria documentada, bibliotecas, viejas piedras y paisajes
no tienen la menor importancia frente a la historia local reescrita por
mercenarios de pesebre, que es la única que les importa. Mal
acostumbrados por gobernantes expertos en succionar entrepiernas a
cambio de votos -desde el amigo Ansar al pacífico Sapatero-, a los
patriotas de cercanías les sienta fatal que alguien les lleve la
contraria a estas alturas del desmadre, cuando gracias a la cobardía,
la incultura y la estupidez de la infame clase política española todo
parece estar, por fin, al alcance de su mano. Quisieran esos
pseudohistoriadores de tebeo que, cada vez que llega una de sus cartas
refutando con argumentos de hace tres días lo que gente docta e
inteligente tardó siglos en acumular, probar y fijar, yo me levante de
la mesa, vaya a mi biblioteca, y ante los veinte mil libros que hay en
ella, ante las catedrales, los castillos, los acueductos romanos, las
iglesias visigodas y los museos, ante los documentos históricos
conservados en los archivos de toda España y de medio mundo, diga:
«Mentís como bellacos. Acaba de poneros patas arriba mi primo Astérix
con dos recortes de periódico, cuatro cañonazos de Felipe V y las obras
completas de Sabino Arana».
Encima, oigan, algunos amenazan con no leerme nunca más, o juran que no volverán a hacerlo en el futuro. Para castigarme por
españolista, por facha y por cabrón. Y qué quieren que les diga. Que
sin lectores así puedo pasarme perfectamente. Que vayan y lean a su
puta madre.