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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 03/12/2006
A los españoles nos destrozaron la vida reyes, aristócratas,
curas y generales. Bajo su dominio discurrimos dando bandazos, de
miseria en miseria y de navajazo en navajazo, a causa de la incultura y
la brutalidad que impusieron unos y otros. Para ellos sólo fuimos carne
de cañón, rebaño listo para el matadero o el paredón según las
necesidades de cada momento. Situación a la que en absoluto fuimos
ajenos, pues aquí nunca hubo inocentes. Nuestros reyes, nuestros curas
y nuestros generales eran de la misma madre que nos parió. Españoles, a
fin de cuentas, con corona, sotana o espada. Y todos, incluso los
peores, murieron en la cama. Cada pueblo merece la historia y los
gobernantes que tiene.
Ciertas cosas no han cambiado. Pasó el tiempo en que
los reyes nos esquilmaban, los curas regían la vida familiar y social,
y los generales nos hacían marcar el paso. Ahora vivimos en democracia.
Pero sigue siendo el nuestro un esperpento fiel a las tradiciones.
Contaminada de nosotros mismos, la democracia española es incompleta y
sectaria. Ignora el respeto por el adversario; y la incultura, la
ruindad insolidaria, la demagogia y la estupidez envenenan cuanto de
noble hay en la vieja palabra. Seguimos siendo tan fieles a lo que
somos, que a falta de reyes que nos desgobiernen, de curas que nos
quemen o rijan nuestra vida, de generales que prohíban libros y nos
fusilen al amanecer, hemos sabido dotarnos de una nueva casta que,
acomodándola al tiempo en que vivimos, mantiene viva la vieja costumbre
de chuparnos la sangre. Nos muerden los mismos perros infames, aunque
con distintos nombres y collares. Si antes eran otros quienes
fabricaban a su medida una España donde medrar y gobernar, hoy es la
clase política la que ha ido organizándose el cortijo, transformándolo
a su imagen y semejanza, según sus necesidades, sus ambiciones, sus
bellacos pasteleos. Ésa es la nueva aristocracia española, encantada,
además, de haberse conocido. No hay más que verlos con sus corbatas
fosforito y su sonriente desvergüenza a mano derecha, con su inane
gravedad de tontos solemnes a mano izquierda, con su ruin y bajuno
descaro los nacionalistas, con su alelado vaivén mercenario los demás,
siempre a ver cómo ponen la mano y lo que cae. Sin rubor y sin tasa.
En España, la de político debe de ser una de las
escasas profesiones para la que no hace falta tener el bachillerato. Se
pone de manifiesto en el continuo rizar el rizo, legislatura tras
legislatura, de la mala educación, la ausencia de maneras y el
desconocimiento de los principios elementales de la gramática, la
sintaxis, los ciudadanos y ciudadanas, el lenguaje sexista o no
sexista, la memoria histórica, la economía, el derecho, la ciencia, la
diplomacia. Y encima de cantamañas, chulos. Osan pedir cuentas a la
Justicia, a la Real Academia Española o a la de la Historia, a
cualquier institución sabia, respetable y necesaria, por no plegarse a
sus oportunismos, enjuagues y demagogias. Vivimos en pleno disparate.
Cualquier paleto mierdecilla, cualquier leguleyo marrullero, son
capaces de llevárselo todo por delante por un voto o una legislatura.
Saben que nadie pide cuentas. Se atreven a todo porque todo lo ignoran,
y porque le han cogido el tranquillo a la impunidad en este país
miserable, cobarde, que nada exige a sus políticos pues nada se exige a
sí mismo.
Nos han tomado perfectas las medidas, porque la incultura, la cobardía y la estupidez no están reñidas con la astucia. Hay
imbéciles analfabetos con disposición natural a medrar y a sobrevivir,
para quienes esta torpe y acomplejada España es el paraíso. Y así, tras
la añada de políticos admirables que tanta esperanza nos dieron, ha
tomado el relevo esta generación de trileros profesionales que no
vivieron el franquismo, la clandestinidad ni la Transición, mediocres
funcionarios de partido que tampoco han trabajado en su vida, ni tienen
intención de hacerlo. Gente sin el menor vínculo con el mundo real que
hay más allá de las siglas que los cobijan, autistas profesionales que
sólo frecuentan a compadres y cómplices, nutriéndose de ellos y entre
ellos. Salvo algunas escasas y dignísimas excepciones, la democracia
española está infestada de una gentuza que en otros países o
circunstancias jamás habría puesto sus sucias manos en el manejo de
presupuestos o en la redacción de un estatuto. Pero ahí están ellos:
oportunistas aupados por el negocio del pelotazo autonómico, poceros de
la política. Los nuevos amos de España.