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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 05/11/2006
Les hablaba hace poco de lo difícil que se va poniendo en España
dar un mitin político, una conferencia o expresar en público una
opinión, sin que un piquete de lo que sea intente silenciar al invitado
de turno. Para confirmarlo -que no hacía maldita la falta-, al día
siguiente de teclear esas líneas, a don Manuel Fraga le interrumpieron
una conferencia en Granada medio centenar de jóvenes llamándolo asesino
y fascista. Después le tocó en otro sitio a Carod Rovira, y menos
gordito simpático le dijeron de todo. Los que acosaron al político
catalán eran diez fulanos de extrema derecha -la auténtica, no la que
adjetivan ciertos soplapollas pretendiendo reescribir la Transición y
la Historia-; así que, en realidad, esos animales salvapatrias se
limitaban a lo que se espera de ellos: mantener viva la tradición de
quemar libros y apalear bocas, que tiene rancia solera europea, tanto
nacionalsocialista como nacionalsindicalista.
Lo de Fraga, en cambio, me preocupa más. Y no por el
abuelo, que tiene más conchas que mi tortuga Amanda, sino por quienes
liaron la pajarraca. Lo inquietante es que esos jóvenes se
autodenominaran de izquierdas. Porque si es verdad que la izquierda
española oficial de toda la vida, compañeros del metal y todo eso,
acabó degenerando en el penoso espectáculo botijero de sandez, obviedad
y demagogia inútil verde manzana que se pone de manifiesto cada vez que
abre la boca su secretario general, señor Llamazares, no es menos
cierto que uno espera, en el fondo de su corazoncito, que el futuro
alumbre alguna vez una izquierda diferente, eficaz, provista de
argumentos sólidos, de coraje político y de la cultura republicana que
hoy es fácil adquirir a poco que uno acceda a las fuentes formativas
adecuadas, que para eso están ahí.
En tales circunstancias, resulta desazonador que,
comentando el pifostio granadino del señor Fraga, un joven individuo
llamado Ramón Reyes, que responde, nada menos, al formidable título de
secretario provincial del Sindicato de Estudiantes de Granada -alguien
tendría que explicarme algún día en qué consiste exactamente un
sindicato de eso, y yo a cambio le explico lo del SEU-, justificara el
incidente afirmando, por la cara, que el viejo político gallego «nunca ha apretado el gatillo, pero lo ha ordenado», y culpando además a la Universidad «por invitarlo con el dinero de todos los contribuyentes». Apenas leí tales declaraciones, corrí al diccionario de la Real
Academia y, abierto por la página 847, leí la siguiente definición de
la palabra imbécil: «Alelado, flaco de razón». Después busqué en la página 98 la segunda acepción de analfabeto: «Ignorante, sin cultura o profano en alguna disciplina». Y de ese modo pude confirmar, con el respaldo de la autoridad adecuada,
que al antedicho secretario del sindicato estudiantil granadino -de
otras provincias no tengo información suficiente- se le puede llamar
imbécil analfabeto con absoluta propiedad y precisión filológica. Cosa
que hago aquí, para que conste a los efectos oportunos, etcétera. Hasta
a Adolfo Hitler, señoras y caballeros. Hasta a Stalin, Pinochet, Franco
o Atila, si hace falta. Hasta al torturador más infame de la ESMA
argentina, o al más bestia sargento de marines destacado en Iraq, sería
interesante escuchar en una conferencia. Incluso al miserable De Juana
Chaos, imagínense, mientras cuenta qué sentía pidiendo champaña cuando
asesinaban a alguien. Después, que para eso está el coloquio, se
discute o se le menta a la madre. Pero, como digo, después. Mientras
tanto, la oportunidad de escuchar bien calladitos es oro puro, pues no
hay mejor modo de escrutar el alma humana, tinieblas incluidas,
adquiriendo conocimiento y lucidez -Mein Kampf o Sabino Arana, por ejemplo, son textos imprescindibles-. Por eso, y
sin que el pobre don Manuel Fraga tenga que ver con los individuos
antes citados, excepto con el Franco del que fue ministro -muy
competente, por cierto- antes de participar de forma decisiva en la
extraordinaria transición que España vivió en los años setenta,
compartir la experiencia de su dilatada vida política es privilegio al
que esa panda de tontos del culo granadinos renunció, para su propio
mal. Ignorantes, también, de lo tradicionalmente española que es tan
cerril actitud. Que ya en el siglo XVI escribía en su Viaje de Turquía
el supuesto Pedro de Urdemalas: «La gente española, ni sabe ni
quiere saber... De este vicio nació el refrán castellano que en ninguna
lengua se halla sino en la española: dadme dinero y no consejos».