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Noticias sobre Arturo Pérez-Reverte y su obra. Entrevistas.
AMELIA CASTILLA | El País - 07/6/2003
El autor de La Reina del Sur ha elegido como tema de su alocución
en su discurso de ingreso en la Real Academia Española el habla de
germanía en el siglo XVII, que hoy día es el equivalente a lo que se
denomina golfaray, es decir, el lenguaje de los delincuentes y de las
cárceles. Pero lo plasmará en forma novelada. A partir de la vida
cotidiana de un soldado veterano de Flandes que malvive alquilando su
espada, desgranará los diferentes nombres y giros lingüísticos de las
personas, las cosas y los acontecimientos, algunos de los cuales han
llegado hasta la actualidad.
Pregunta. ¿Qué cree que pudo ser más determinante al proponer su
ingreso en la Academia, los millones de libros vendidos o las veintiocho
lenguas a las que han sido traducidas sus novelas?
Respuesta. Todo eso ha influido, especialmente los Alatriste y la
novela americana . Desde luego, no he entrado por mi trayectoria
académica, pero me gustaría destacar, sin que esto signifique establecer
grupos entre sus miembros, que en la Academia hay dos categorías: una,
el grupo de los sabios, la gente imprescindible, los lingüistas,
filólogos o lexicógrafos. Hablo de Lázaro Carreter, Gregorio Salvador,
Francisco Rico..., ellos son los generales; y luego está la fiel
infantería, los prescindibles, entre los que me cuento, que aportamos el
contacto con la realidad. Yo llego con mis lectores y mis novelas, pero
soy prescindible. Siempre he sabido cuál era mi lugar.
P. Usted adaptó el lenguaje marino en La carta esférica, el
argot de los narcotraficantes en La Reina del Sur y, de forma más
acusada, el del siglo XVII en la serie de Alatriste. ¿Puede esto
contribuir a lo que se espera de usted en la Academia?
R. El lenguaje es una herramienta al servicio de una historia, y no al
revés; ésa es la lucha con la que empecé a escribir y siempre fue mi
campo de batalla. El lenguaje debe ser el mejor y el más hermoso, pero
la palabra eficacia es fundamental. De nada me sirve tener un martillo
de cabeza de marfil y mango de ébano si no vale para clavar clavos. He
procurado que el lenguaje se adapte a las exigencias de cada una de mis
novelas. Cada una ha sido un experimento, pero con el tiempo yo también
me he enriquecido y he afilado mis herramientas profesionales. Entraré
en la Academia como un profesional que todos los días trabaja con el
lenguaje y cuyo trabajo se lee, pero el magisterio, la ortodoxia y el
aspecto venerable lo dan personas muy respetables a las que seguiré
llamando de usted aunque me siente a su lado.
P. ¿Por qué eligió el habla de germanía para su discurso?
R. Yo cuento historias y voy con lo que soy. No me ha cambiado ni el
éxito de mis novelas ni haber sido elegido académico. El lenguaje del
siglo XVII lo he trabajo muchísimo por mis novelas de Alatriste, tengo
incluso mi propia biblioteca. El habla de germanía, esa lengua paralela,
funciona todavía mientras que el habla de la gente honorable se reduce
cada día más. La manera de hablar de los delincuentes en las cárceles,
lo que hoy llamamos golfaray, es de una gran riqueza expresiva y muestra
la contundencia verbal que tiene una jerga. Podría haber escrito mi
discurso sobre el argot de las cárceles, lo conozco bien, pero me gustó
la idea de que Alatriste entrara en la Academia. Calderón incorporó el
habla de germanía a sus obras y eso le dio una potencia y una gran
riqueza literaria.
P. ¿Serán compatibles su trabajo de escritor y sus viajes con la
disciplina académica?
R. Cumpliré con todas mis obligaciones, pero soy lo que soy y sé lo
que voy a seguir siendo. Si acepté estar en la Academia fue porque no
perturbaba mi vida. Si me impidiera escribir, leer o navegar no habría
aceptado. Es un honor estar ahí y estoy muy orgulloso, pero nunca
hubiera vendido mi alma por entrar.
P. La visión que da en sus novelas de la España del XVII es un
tanto descorazonadora.
R. La historia casi siempre es objetiva, no es ni buena ni mala; sin
embargo, el franquismo se apoderó de esa memoria, la contaminó y la
corrompió. Con la llegada de otros, en vez de purificar esa historia lo
que hicieron fue depurarla, y eso es un error. Si no asumimos lo que
fuimos nunca podremos saber lo que somos. Con Alatriste rescaté esa
historia contaminada por el franquismo para que uno no se avergüence al
oír la palabra España, tercios o Quevedo. He tratado de contar el Siglo
de Oro con todo lo sucio y lo negro que fue, y mucho, pero también con
todo lo luminoso. Que España siempre haya estado gobernada por reyes
incapaces, ministros corruptos y curas fanáticos no borra el hecho de
que tengamos un lenguaje que hablan 400 millones de personas. Creo que
debemos asumir nuestra memoria sin complejos. De todo lo que he hecho
hasta ahora, Alatriste es de lo que estoy más orgulloso.
P. En el marco de la Academia, ¿se sentirá como un soldado perdido?
R. No, al contrario. Me ha sorprendido el cariño y el afecto de los
académicos. Que Lázaro Carreter, Francisco Rico o Domingo Ynduráin te
apoyen hace que te sientas bien. Tengo 52 años y he hecho muchas de las
cosas que quería hacer en la vida, uno ya tiene el colmilllo muy
retorcido y no hubiera soportado estar en un sitio donde no estoy
contento. Si acepté fue porque sabía que no me equivocaba. Sentarse con
gente educada a charlar sobre un lugar como España, en el corazón de un
país donde los iconos son Yola Berrocal y Pocholo Martínez Bordiú,
alivia mucho las posaderas.
P. ¿A quién le gustaría dedicar su entrada en la Academia?
R. A Manuel Alvar, que me precedió en el sillón que voy a ocupar, y a
Domingo Ynduráin, que fue la primera persona que me propuso. Lamento de
veras que no esté allí el jueves.