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Noticias sobre Arturo Pérez-Reverte y su obra. Entrevistas.
JUAN CRUZ | EL PAÍS - 30/10/2007
El pintor de batallas, El Club Dumas, La Reina del Sur, Un
asunto de honor, Cabo Trafalgar, Corsarios de Levante, No me cogeréis
vivo, La sombra del águila... Para un escritor debe ser
extraordinario encontrarse de pronto con gran parte de su obra en las
estanterías de las librerías y de los quioscos... Arturo Pérez-Reverte
está acostumbrado. Y ahora se volverá a ver delante de sus propios
títulos, recogidos en la biblioteca que lleva su nombre y que pone a
disposición del público Punto de Lectura. Hablamos con él de lo que
siente ante la avalancha de su propia obra.
Pregunta. ¿Qué impresión tiene?
Respuesta. Que el tiempo pasa. Al verlos todos juntos, parece que
fue ayer cuando empecé a escribir los primeros libros. Y se han ido
acumulando muchos. Es una obra variada, sin duda, con muchos registros
distintos: novela, aventura, thriller policiaco-cultural, historia
sentimental... He tocado muchos palos.
P. Empecemos por El pintor de batallas, que es quizá el
libro con mayor madurez humana...
R. Bueno, de ese libro han pasado dos años. Fue una experiencia
muy intensa para mí. Fue producto de una reflexión que me obligó a mirar
hacia atrás, muy en serio. Los recuerdos, las imágenes, mi propia edad,
las canas en mi barba, las marcas por dentro y por fuera. Fue un acto
de reflexión, intenso y agotador. Es de las novelas que me han dejado
más exhausto en cuanto a intensidad. Y eso que es relativamente corta.
P. ¿Cuál fue el chispazo?
R. Un cuadro. Siempre son cuadros. Bueno, son varias cosas que se
cruzan. Estaba en Florencia viendo un cuadro y en ese cuadro vi la
historia de mi vida. Vi el fondo, el camino largo que he hecho desde que
me fui a los 18 años, con una mochila. Decidí no contar mi vida, sino
intentar exponer, negro sobre blanco, las conclusiones a que he llegado
en mi vida. Duras conclusiones. Amargas, descarnadas. Un libro muy
fuerte y muy duro.
P. Un libro de adiós definitivo del periodismo. ¿Sintió nostalgia
en algún momento de la profesión?
R. No, de eso no se puede tener nostalgia. Yo no fui periodista.
Fui reportero, que es otra cosa. No digo que una cosa sea mejor que
otra, pero es muy distinta. Yo era un cazador; podría haber cazado
animales, obras de arte, pero lo que cazaba eran imágenes. Yo sabía
cazar vida. Mi periodismo era el reporterismo. Cuando dejé de ser
reportero dejé el periodismo. No había nada que yo quisiese hacer.
Nostalgia de mi trabajo no tenía, tenía nostalgia de mi juventud.
Además, de esos lugares por los que yo transité no puedes tener
nostalgia. Ni de Sarajevo, ni de Beirut. Sentí nostalgia de cuando era
joven y había chicas y viajes, y adrenalina y aventura. Eso sí. Pero
nostalgia de reportero, no. Lo dejé porque estaba asqueado. Muy harto.
Harto de ser un mercenario honrado. Así que me fui. Y tardé diez años en
poder escribirlo. Necesitaba distancia.
P. Su libro más propio, por decirlo así, es El Club Dumas. ¿Cómo
lo hizo?
R. Es uno de mis libros favoritos. En él cuaja toda mi vida como
lector. Leo desde los seis años. Y crecí con libros toda mi vida. En
casa tengo 20.000 libros en este momento. Un día estaba releyendo a
Alejandro Dumas y de pronto vi la trama. El Club Dumas surge en un
momento en que en España había que escribir como William Faulkner, y
todo lo que era contar historias estaba mal visto. Entonces el libro
surge como un desafío, en un tiempo en que no se hablaba de clubes ni de
nada de esto; fui un pionero. Fue una apuesta, y es el libro más
agresivo que he hecho en plan desafío a lo que se estilaba en ese
momento. Una declaración de principios. Estaba más solo que la una. Es
un libro con una estructura complejísima, con guiños a la literatura del
siglo XIX, de donde saqué las herramientas. Es la novela de la que más
he disfrutado. Pero sobre todo fue una patada en los cojones a los que
tenían secuestrada la literatura en ese momento.
P. Estaba claro Dumas, ahí detrás. ¿Qué otras sombras visibles
hay en el trasfondo de su obra?
R. Para mí las sombras siguen siendo las mismas, con una dosis de
mi propia sombra. Cada semana sigo leyendo al azar a Virgilio, a
Homero, a Chateaubriand, a Conrad. Leo páginas, leo registros..., para
mí son sagrados. No los leo para deleitarme. Los leo como uno que va al
gimnasio y hace flexiones. Es mi gimnasia, mi afinador de herramientas.
P. La Reina del Sur. En ella usted ensaya muchos puntos
de vista narrativos a la vez...
R. ¡Hasta los narcos la han leído, en México!... Trataba de
contar la historia de una mujer, y quería cambiar registros de lenguaje,
de hecho empieza a hablar en mexicano y acaba en español, y dentro hay
música, mucha música... Es una novela musical. Quería jugar con planos y
puntos de vista tanto del lector como de los propios personajes... Muy
compleja. Pero me hubiera parecido de una pedantería total que se
manifestara esa complejidad. Me descojono cuando leo una novela en la
que se dice que el escritor ha hecho un alarde estructural... Digo,
pero, vamos a ver, ¿está diciendo lo listo que es? No hay que enseñar la
carpintería. Yo una vez que he hecho la casa quito el andamio, retiro
la estructura.
P. ¿Y qué pasa cuando está escribiendo un libro así? ¿Se va
sorprendiendo de lo que encuentra?
R. Yo pongo el andamio. En mi caso necesito que todo esté
perfecto. Son novelas tan minuciosamente complicadas que si no te haces
una falsilla sería un engendro incompleto. Una vez hecha la estructura
me pongo a escribir... Una estructura no es rígida, la rompes, la
modificas... Son mecanos, hasta lingüísticos. El novelista, si tiene
talento, ha de ocultarlo. Y justamente el error del novelista es cuando
no lo oculta.
P. Un asunto de honor. ¿Cómo nace?
R. Me lo pidió un amigo, para EL PAÍS. El héroe, el camionero, el
chaval, la chica. Un cuento de hadas. De príncipes, princesas y
dragones... Yo había hecho un programa de radio, Un día en la calle, con
camioneros, con prostitutas... Y tenía ese punto muy fresco: el mundo
de la delincuencia, el chico que está en la cárcel... Quería contar esa
atmósfera, el camionero machote y heroico, la niña guapa e ingenua, los
malvados... Una road movie. Con el correcaminos, el coyote y esas
cosas...
P. Cabo Trafalgar. Ahí se tiene la sensación de que
usted aborda una novela hasta con efectos especiales.
R. Yo buscaba la eficacia. Cada novela tiene un objetivo: con
esta quiero recordar, con esta otra quiero divertir... La batalla de
Trafalgar ya estaba contada por Galdós. Yo tenía que contar lo que no
contaba Galdós: la batalla desde dentro de los barcos, desde el punto de
vista de un marinero. Quería contar lo que fue la tragedia de ser
español, en manos de los mismos hijos de puta de siempre. Lo
sorprendente, supongo, es que a pesar de estar muy documentada está
contada en plan gamberro. Yo quería que el lector normal, el chaval
joven, supiera de esa historia, con un lenguaje apropiado. Y una
historia del mar tiene un lenguaje muy específico, que puede ser muy
limitado al público. Pero abriendo el registro quizá el público que no
sabe de ese lenguaje del mar se acerque a la historia. Eso quise hacer, y
eso creo que logré.
P. ¿Y cómo se adentra usted en una historia que pasó hace tanto
tiempo?
R. Tengo una biblioteca enorme; de los 20.000 libros, 12.000 son
de historia. Hay historia naval del siglo XVIII y XIX, y de todo eso
tengo muchísimo. Tengo todo lo que se ha publicado, prácticamente. ¡Sé
más de esto que del mundo de Alatriste! Quería hacer un libro gamberro
que funcionara. Quería divulgar Trafalgar para un lector que no tenía ni
idea.
P. ¿Qué le dio Galdós a la hora de escribirlo?
R. Galdós fue el que me abrió el apetito. Leído Galdós ahora, con
55 años, ya no es el mismo que fue.
P. Y aquí está, en esta biblioteca suya de bolsillo Corsarios
de Levante...
R. En Levante hay varios factores. Ya no me bastaba la aventura;
el lenguaje surge como un desafío. Había que rescatar palabras,
expresiones, giros lingüísticos que estaban en desuso. Crear un lenguaje
que tuviera un aroma clásico. Y fue muy gratificante.
P. ¿Y desde cuándo le preocupa el lenguaje como elemento
constituyente de sus libros?
R. Desde siempre. Me ayuda a madurar, a avanzar en la vida. En
los últimos tiempos tengo más control de mis recursos, puedo permitirme
un mayor control de todos los elementos narrativos.
P. Aquí está La sombra del águila.
R. Me la pidió EL PAÍS también. Ahí está Napoleón, a quien tengo
muy presente, conozco bien el tema. Es una historia de españoles con
Napoleón, España en el contexto europeo. Es un libro con el que me reía
mientras lo escribía; me reía de mi propia invención. No me ha ocurrido
ni antes ni después. ¡Es tan española la historia! Y me reía solo de lo
que iba ocurriendo.
P. ¿Se siente un lector mientras escribe?
R. Soy un lector todo el tiempo. No soy un escritor, no soy
Javier Marías. Soy un lector que escribe libros. Si yo fuera sólo
escritor estaría muerto. Sería un teórico. Estaría seco. Por eso no
tengo dos novelas iguales. Ganaría una pasta horrorosa y sería más
cómodo, pero igual que me apetece como lector leer cosas diferentes, me
apetece escribir cosas como Agatha Christie y cosas como Joseph Conrad.
Estoy vivo como escritor porque soy lector.
P. No me cogeréis vivo, su libro de recopilación de
artículos. Ese título, ¿no es una divisa?
R. Sí, realmente es una buena definición, es una divisa. Es un
buen lema. Estoy harto de corderos que se dejan degollar. Harto de que
todos los sinvergüenzas se hagan solidarios, de tanto cantamañanas, de
tanta demagogia. No voy a dejarme matar. Sé que no voy a cambiar nada,
pero lo que no se puede hacer es el silencio de los corderos. No dependo
de Aznar, ni de Zapatero ni de González, y si un día me echan de este
país, me voy a Francia, escribo allí, o en Italia o en Argentina. Puedo
hacerlo en cualquier sitio, mentarle la madre a quien sea sin
esconderme. Ésa es la libertad que me da lo que he hecho hasta ahora. Y
me encanta lo de morir matando. Hay que morir matando. Gandhi no cambia
nada.
P. ¿Morir qué es?
R. Morir es acabar. Lo que estoy haciendo es prepararme para
morir. No necesito el perdón del enemigo porque le he dado su merecido
antes de morirme.
P. Y en este momento, ¿qué es para usted la literatura?
R. Vivo de eso y me gano la vida bien. La literatura es el único
consuelo y el único analgésico posible. No elimina la causa del dolor
pero ayuda a soportarlo.