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Anotaciones de Arturo Pérez-Reverte. Desde abril de 2012 a marzo de 2014 fueron publicadas en novelaenconstruccion.com
Arturo Pérez-Reverte - 01/1/2014
Por Juan Cruz. La Nación (Argentina) 27-12-13
Hasta Enric González,
excelente periodista que siempre tiene preguntas nuevas, le hizo a
Arturo Pérez-Reverte (Jot Down, 1 de junio de 2012) la vieja pregunta:
"¿Nunca tienes un aguijón de nostalgia por el periodismo?" El veterano
periodista, que jugó un papel fundamental en el reporterismo español, de
guerra y de paz, a principios de los años noventa, respondió a su
estilo: "Tengo el impulso. Ocurre como cuando has sido torero o cura.
Hay oficios que marcan". Fue periodista; jamás dejó de ser novelista, ni
antes ni ahora. Y ahora ha escrito una novela en la que en ocasiones
deja un lugar para que mire, con la sabiduría de la experiencia propia,
un periodista al que él le entrega por entero la lente de la narrativa.Y
tanto, y tanto que marcan ciertos oficios: no se van nunca, son como un
grafiti indeleble, es como una bomba que cae sobre uno. De hecho, desde
que una noche decidió abandonar el periodismo, harto de la burocracia
que se mascaba en su lugar de trabajo, Televisión Española, y aún antes
de hacerlo, no hay una sola novela de Arturo Pérez-Reverte, y todas son
muchas ya y además todas han estado en las listas de más vendidos en
España y en el mundo, en la que ese impulso que él dice tener no se
cumpla. Pero ahora aquel periodista está en la lejanía del impulso: el
pulso es desde hace rato el de un novelista.
Como en El francotirador paciente. En La piel del tambor, por
ejemplo, el novelista se adentra, con los materiales de inspección del
periodismo, en las capacidades que tiene Internet para complicar los
asuntos de la Iglesia; en La Reina del Sur es imprescindible su olfato
de ojeador para saber qué pasa en el profundo sur del narcotráfico
mexicano; en El pintor de batallas es consustancial el cansancio del
narrador tranquilo para interpretar el tono (bellísimo) de esa reflexión
melancólica; y en El tango de la Guardia Vieja está Pérez-Reverte
buscando en tres o cuatro lugares (La Riviera, el barco, Buenos Aires,
Sorrento) el destino del alma ajena en función de los sitios que
frecuenta. Un escritor de novelas que jamás abandonó el impulso de
periodista. Un periodista que dejó el oficio para ser, enteramente, como
ahora, un novelista. En El francotirador paciente está ese narrador que
fue periodista en estado puro, simulando el oficio para que el
interrogante, el diálogo, tenga ese aire hemingwayano en el que a veces
incurre, para ensalzar el género narrativo, el novelista Pérez-Reverte; y
no sólo está él (o su trasunto) sino también la pura metáfora del
oficio, y por tanto el periodista que fue como resultado de su impulso y
de su historia, o de la historia de su impulso. En el lenguaje, en el
diálogo, en ese cierto cinismo que tienen (que tenemos) los periodistas
por dar acabada una historia para pasar a otra, está también el oficio
de escribir en las paredes, que es la esencia del grafitero: su falta de
solemnidad absoluta, su disponibilidad para poner bombas allí donde
otros ponen tan sólo dudas. El grafitero escribe de noche, mayormente,
como solemos hacerlo los periodistas, a la peligrosa hora del cierre.
Para escribir un libro así tienes que tener alma de grafitero, o de
periodista, y, como Hemingway, tienes que haber tenido el atrevimiento
de haber dejado a tiempo el oficio. Así, teniendo todos los puntos de
vista, está escrita esta novela, El francotirador paciente.
Yo al menos he leído así el libro, como si Pérez-Reverte usara dos
elementos, el grafitero que se esconde, que evade la ley porque su
oficio es burlarla, y la mujer (que domina la novela) que lo busca por
todas partes para saber dónde está, en qué basa su gloria y cuál es su
estado de miseria, qué se aloja en el alma artística que tanto mueve y
que tanto conmueve. Qué es, al fin, ese personaje.
Pero no se engañen, esa metáfora es la que extrae este lector, porque
la novela no trata exactamente de eso. Es tan suculenta esta escritura
veloz, sorprendida de sí misma, está tan impregnada de la vida del
grafitero (y de los grafiteros); es tan vívida la calidad nocturna de su
pesquisa, tan notable el uso gramatical del verbo de los ilegales que
escriben en las paredes, que es obvio que para llegar a estas
conclusiones narrativas que vierte en El francotirador paciente, el
propio Pérez-Reverte ha tenido que hacer periodismo, envolverse en ese
mundo hasta mancharse, por decirlo con las palabras del viejo poeta
Gabriel Celaya. Pérez-Reverte ha escrito un thriller cuya sustancia va
por ahí, por la búsqueda de un personaje (el francotirador que dibuja su
disgusto ante la sociedad en las paredes de las ciudades) al que
algunos acusan de haber causado muertes en el ejercicio de su oficio
clandestino; la mujer que lo persigue ha recibido un encargo editorial
que quiere convertir a ese fugado que sigue escribiendo en las paredes
un contrato para que sea más que Picasso. En medio se suceden historias
paralelas que le dan a la narrativa el sustento propio de las novelas de
suspense; como hizo en El tango de la Guardia Vieja, el novelista que
es usa al periodista que fue para utilizar la información como manera de
retener al lector hasta hacerlo caer en la cuenta de que está ante un
thriller.
Las frases cortas son suyas, los eslóganes que suelta el
francotirador son suyos, los diálogos o las peleas son sus dibujos; pero
él mismo ya se ha situado al margen de la historia para contarla mejor.
No lo voy a contar, pero ese distanciamiento está en la raíz misma del
resultado final de la pesquisa que acomete Lex, la mujer que busca al
francotirador grafitero para hacerlo grande. La paradoja que encierra
ese final es, quizá, lo que la faltaba a la historia para que fuera un
juicio metafórico del periodismo del que viene Pérez-Reverte. No sé
cuántos dirán que esta novela es un homenaje al periodismo, pero yo me
atrevo, porque sólo uno que fue buen periodista hubiera dibujado así la
vida entera bajo la luz de la oscuridad, aquella luz que, por otra
parte, perseguía Lewis Carroll cuando estaban apagadas las velas del
día. Escribir en la calle, dice el grafitero, es "escribir dudas como
bombas". Aquí están, explotan, abren nuevas dudas, es una pared infinita
en la que Pérez-Reverte ha escrito un manifiesto narrativo..