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Anotaciones de Arturo Pérez-Reverte. Desde abril de 2012 a marzo de 2014 fueron publicadas en novelaenconstruccion.com
Arturo Pérez-Reverte - 19/11/2012
Por Justo Navarro. Suplemento cultural Babelia (El País)
Tres veces se encuentran en cuatro décadas los dos protagonistas de la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, El tango de la Guardia Vieja:
a bordo de un transatlántico rumbo a Buenos Aires en 1928, en una
mansión de Niza en plena guerra civil española y en 1966, cuando en las
radios suena la canción Ragazzo triste de Patty Pravo, a la
salida de un gran hotel de Sorrento. Max Costa se hace llamar el héroe,
guapo, alguna vez bailarín profesional de salón en barcos y hoteles,
gigoló, ladrón, cazador de lo que no es suyo. Lo conocemos en el momento
en que pone los ojos en una pieza excepcional: la belleza Mecha
Inzunza, granadina, hija del rey de las aguas minerales y mujer del
célebre compositor Armando de Troeye, un cuarentón veinte años mayor que
su esposa, amigo de Picasso y Stravinski. Con su camarada Ravel acaba
de hacer una apuesta: mejorará el Bolero con un tango. Y a eso va a Buenos Aires el matrimonio Troeye: a escribir el tango más verdadero, el tango de la Guardia Vieja.
La intriga tiene tres nudos: las coincidencias entre Mecha y el
bailarín, guía y amante ideal por los arrabales del tango genuino, un
superhéroe que deberá vencer en tres pruebas, planteadas en dos planos
temporales, entre el pasado de 1928 y 1937, y el presente, 1966. Pero el
dispositivo acuciante que mueve la historia es atemporal: el baile, un
lance de espías, un torneo de ajedrez, el robo, el arrebatamiento, el
sexo, el juego y la caza siempre, sin que a veces sepamos bien quién es
la presa y quién el cazador. Presente y pretérito fluirán por fin,
simultáneos, en dos misiones que transcurren paralelas, en Niza y
Sorrento. El botín son unas cartas del yerno y ministro de Asuntos
Exteriores de Mussolini, en la caja fuerte del banquero español que paga
el golpe del generalísimo Franco, y los libros secretos del campeón
mundial de ajedrez, custodiados por el KGB. Las mismas manos curarán las
heridas del héroe en Sorrento y en Niza.
Arturo Pérez-Reverte ha utilizado con genio, como un seductor
deslumbrante, la iconografía cinematográfica, canónica, del héroe y la
heroína, dos bellezas. Max, con "cicatrices de amores y batallas",
legionario a los 19 años en la guerra de Marruecos, "suavemente cínico
(...) algo canalla", se mantiene patológicamente solitario por salud, por
instinto de superviviente. Lúcido, educado en la experiencia propia y
ajena, viste como un caballero ropa de caballero, brilla en las mejores
casas y, si es necesario, roba con escalo, abre cajas fuertes, para una
cuchillada, revienta un ojo con un dedo, y resiste a la tortura, todo
con serenidad profesional, eternamente "leal y recto en sus mentiras y
traiciones". Y la mujer, Mecha, también es de película: una potencia
económica y sexual, puro glamour e inteligencia. "Durante miles
de años los hombres habían guerreado, incendiado ciudades y matado por
conseguir mujeres como esa", piensa Max. Siempre aparece como
acompañante, mujer de un compositor genial en Buenos Aires o Niza, y en
Sorrento madre del aspirante a campeón mundial de ajedrez.
Y hay una sorpresa, un rasgo más de talento, en este Tango. Creo que Pérez-Reverte aprovecha los juicios de los protagonistas sobre
la música del compositor de Troeye para exponer su propia idea de la
obra de arte. "Se requiere mucha inteligencia para disfrazar de
artificio las propias emociones", dice el héroe. "Más le divierte
trabajar con la copia que con el original (...) enmascararse adoptando
maneras de pastiche. Parodiando incluso, y sobre todo, a los que
parodian (...) Es un compositor extraordinario, que merece su éxito",
sentencia la heroína. En esta novela-espectáculo puede aparecer un
personaje que, puesto que su presentación no gusta al héroe, pide
repetir su entrada en escena, como si todo fuera un teatro o una
secuencia de película. El espía más sanguinario del cuento debe
recordarnos en presencia de dos cadáveres que "esto no es una novela.
Así que no pienso dedicar el último capítulo a explicar cómo ocurrió
todo". Y, cuando el héroe viejo hace mutis, dirige una leve reverencia
hacia el pasado y el sueño, que le da la espalda, como "despidiéndose de
un público invisible que desde allí hiciera sonar aplausos
imaginarios".
Decorados y vestuario son esenciales en esta historia: el fabuloso
mundo perdido, nombres de barcos, bebidas, bailes, hoteles, sastres y
diseñadoras de moda, marcas de coches, tabaco, pistolas, perfumes y
cajas de caudales, músicas, un escenario que se desmonta mientras se
representa la última función. El drama trata de clasismo, aspiraciones y
resentimiento, de deseos. El asunto es doble, como el de todos los
poemas: el amor y la muerte, aunque sea una muerte aplazada y vivida en
plenitud a lo largo de cuarenta años. El tango de la Guardia Vieja es un logro, una novela feliz.
El tango de la Guardia Vieja. Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara. Madrid, 2012. 498 páginas. 21 euros