Uso de cookies. Utilizamos cookies para mejorar tu experiencia. Si continúas navegando, aceptas su uso. Nota legal sobre cookies.

Cerrar


Prensa > El Bar de Lola

El Bar de Lola

Anotaciones de Arturo Pérez-Reverte. Desde abril de 2012 a marzo de 2014 fueron publicadas en novelaenconstruccion.com

Conversación en Montecarlo

Arturo Pérez-Reverte - 17/6/2012

-Necesito tiempo para pensarlo -dijo.

-No dispone de ese tiempo. Sólo hay tres semanas para dejarlo todo resuelto.

La mirada de Max se desplazó desde La fachada del Casino al hotel de Paris y el edificio contiguo del Sporting Club, con su permanente fila de relucientes Rolls, Daimler y Packard detenidos en la plaza y los chóferes conversando en corrillos junto a las escalinatas. Tres noches atrás había doblado allí mismo una racha de suerte: una austríaca madura pero todavía muy bella, propietaria de una casa de modas en la avenue Matignon de Paris, con la que había quedado en verse en el Tren Azul cuatro días más tarde, y un cheval en el Sporting, cuando la bolita de marfil se detuvo en el número adecuado y le hizo ganar veinticinco mil francos.

-Se lo voy a decir de otra manera -respondió con calma-. Yo actúo muy cómodo solo. Vivo a mi aire y nunca se me ocurriría trabajar para un gobierno. Me da igual que sea fascista, nacionalsocialista, bolchevique o de Fumanchú.

-Por supuesto, es usted libre de aceptar o no -el gesto del italiano insinuaba todo lo contrario-. Pero debe considerar también un par de cosas. Su negativa incomodaría a mi gobierno. Y eso hará replantear, sin duda, la actitud de nuestra policía cuando usted, por el motivo que sea, decida pisar suelo de mi país.

Hizo Max un rápido cálculo mental. Una Italia prohibida para él significaba renunciar a las americanas excéntricas de Capri y la costa de Amalfi, a las inglesas aburridas que alquilaban villas en las cercanías de Florencia, a los nuevos ricos alemanes e italianos, aficionados al casino y al bar del hotel, que dejaban solas a sus mujeres en San Remo y en el Lido de Venecia.

-Y no sólo eso -seguía exponiendo el espía-. Mi patria está en excelentes relaciones con Alemania y otros países de Europa central. Eso, sin contar la probable victoria del general Franco en España... Como sabe, las policías suelen ser más eficaces que la Sociedad de Naciones. A veces cooperan entre sí. Un vivo interés en su persona alertaría sin duda a otros países. En ese caso, el territorio donde usted dice trabajar solo y cómodo podría reducirse de manera enojosa... ¿Se imagina?

-Me imagino -admitió Max, ecuánime.