Prensa > El Bar de Lola
Anotaciones de Arturo Pérez-Reverte. Desde abril de 2012 a marzo de 2014 fueron publicadas en novelaenconstruccion.com
Arturo Pérez-Reverte - 04/6/2012
Sacó el malevo las manos de los bolsillos y se desabotonó la chaqueta.
Al hacerlo, el mango de un cuchillo asomó desde la sisa del chaleco.
-Pues habrá que investigar eso -miraba la cadena de oro que relucía
en la ropa de Armando De Troeye-. Y también me gustaría saber la hora,
porque se me paró el reloj.
Max se fijó en los puños de la camisa y los bolsillos del malandro.
-No parece que usted lleve reloj.
-Se me paró hace años... ¿Para qué voy a llevar uno parado?
No merece la pena, pensaba Max, que maten a nadie por un reloj. Pero
había algo en la sonrisa del compadrón que lo irritaba. Demasiada
suficiencia, tal vez. Demasiada seguridad, por parte del llamado Juan
Rebenque, de ser el único que pisaba terreno propio.
-¿Ya le dije que soy de Barracas, nacido en la calle Vieytes?
Se oscureció la sonrisa del malevo, cual si de pronto el mostacho
criollo le diera sombra. Qué hay con eso, decía el gesto. A estas horas
de la noche.
-No te metás -dijo, seco.
La expresión de su rostro hacía el tuteo más brusco e inquietante.
Max lo analizó despacio, situando la amenaza en el territorio en que se
producía. La actitud del rufián, el vestíbulo, la puerta, la calle con
el coche aguardando. No podía descartarse que Rebenque tuviera algún
compadre cerca, dispuesto echar una mano.
-Según recuerdo, en el barrio éramos de ley -añadió Max, con mucha calma-. La gente tenía palabra.
-¿Y?
-Cuando querías un reloj, te lo comprabas.
Ya no había sonrisa en el rostro del otro. La había sustituido una mueca peligrosa. De lobo cruel, a punto de morder.
-¿Sos o te hacés?