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El Bar de Lola

Anotaciones de Arturo Pérez-Reverte. Desde abril de 2012 a marzo de 2014 fueron publicadas en novelaenconstruccion.com

El depredador tranquilo

Arturo Pérez-Reverte - 06/5/2012

El punto de vista. Ojalá fuera fácil. No es lo mismo ver el mundo siendo una mujer que un hombre. Que una mujer fea o una mujer bella. Que un hombre guapo o de aspecto desagradable. No es igual ver el mundo cuando mides 1,60 que cuando mides 1,85. Cuando has conocido a cincuenta hombres malos o sólo conocido a uno bueno. Todo eso parecen obviedades, pero cuando te enfrentas a un texto y unos personajes, lo obvio puede no ser tan obvio. La imaginación no siempre basta, si no se la alimenta con material adecuado. Necesidad de situarse, o intentarlo, allí donde se sitúan ellos. Mirar con su mirada. Por eso resulta tan útil, cuando es posible, beber lo que ellos beben, comer lo que ellos comen. Sentarte donde ellos se sientan: bares, restaurantes, terrazas, salones, tugurios. Y mirar desde allí. Transitar por los mismos callejones oscuros o avenidas luminosas. Mirar desde allí, y mirarse. Fundamentalmente, un escritor de novelas es un individuo que mira. Dos tercios de mirar y uno de escribir. O por ahí. Una mujer acostumbrada a que le abran las puertas o le acerquen una silla no se comportará del mismo modo que otra que no. Hay rencores sociales, vanidades, actitudes que no siempre son patentes pero que pueden apuntarse en un gesto, una ojeada. O la ausencia de ellos. Formas de sentarse, de caminar. De anudarse la corbata. La forma de golpear un cigarrillo sin filtro en la esfera del reloj, por ejemplo, antes de llevárselo a la boca, puede definir desde un personaje a toda una época. Hay gestos, ademanes, pausas, tan importantes como los diálogos. O más. El problema surge cuando todo ese entramado (que es necesario si se administra con sentido común y prudencia) resulta extraño, ajeno, desconocido, al autor. Postizo. El lector, incluso si no lo adviertes tú por incompetencia propia, lo notará siempre. O algunos lectores. No hay peor crimen en un novelista, ni sentencia más mortal para su trabajo, que aventurarse irresponsablemente por un mundo que desconoce. Por un territorio insuficientemente controlado. Por eso el novelista, como yo lo entiendo, es un cazador insaciable que camina atento, con el zurrón abierto. Un depredador sistemático y tranquilo.