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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
RAFAEL CONTE | El País - 08/6/2002
Como de tanto leer a Arturo Pérez-Reverte uno termina descubriendo
mediterráneos (el mar que más le gusta) se me ha encendido una lucecita
revelándome el sentido del apellido de su más famoso héroe. Pues vamos a
ver, no es que "Alatriste" sea tan sólo un préstamo tomado del apellido
de su amigo el escritor y editor mexicano Sealtiel ídem, sino toda una
declaración de principios, los de la búsqueda del héroe fracasado, la
nostalgia del triunfo pasado por la derrota -"¡hala! ¡triste! ¡sigue
adelante en medio de tu tristeza, pues la victoria te enaltece si sigues
peleando pese a todo en el interior mismo de todos tus fracasos!"-: los
verdaderos héroes son los más tristes porque al final es la derrota
quien otorga la heroicidad.
Sólo se trata, por tanto, de superar la tristeza mediante la asunción
del dolor, y ello se repite en todas sus obras, tanto en la serie
juvenil del capitán Alatriste como en su semiautobiográfico Territorio
comanche (uno de sus mejores libros), sus textos breves (desde el
ensayo perfeccionista de El húsar hasta el magistral texto de Una
cuestión de honor o el más humorístico y explosivo de La sombra
del águila); y al final, en sus más célebres y contundentes novelas
serias, que con este nuevo título llegan a seis y se presentan ya a
estas alturas como los mayores éxitos de ventas habidos en España en los
últimos diez años. Y ello no es de extrañar, ya que Arturo
Pérez-Reverte es hoy el novelista más perfecto de la literatura española
de nuestro tiempo. Y digo el más perfecto en el sentido del más
perfeccionista, del mejor profesional de todos. Esas cualidades
profesionales que tanto brillan por ejemplo en la antigua narrativa
anglosajona que Pérez-Reverte, pese a buscar sus raíces en el viejo
folletín francés, ha sabido trasplantar entre nosotros con una
contundencia total y sin perder por ello ninguna de sus más raciales y
tradicionales virtudes. Este perfeccionismo, además, nos llega en su
obra de abajo arriba, como si se tratara de una superación de sus
aspiraciones literarias, no de una rebaja o degradación de sus propias
condiciones. La carrera literaria de Pérez-Reverte nos llega como un
camino ascendente, nace de la cultura tradicional, de un trasfondo de
lecturas muy bien asimiladas, y que bien utilizado le presta esa
capacidad de contagio y transparencia, de comunicabilidad, con una
honradez a toda prueba: de ahí que en mi opinión su triunfo aplastante
en el mercado haya sido siempre totalmente legítimo, pues a la vez nos
llega dotado de ese sentido ético -la dignidad de la derrota- que acabo
de exponer.
Pérez-Reverte, sin embargo, nos concede sus aventuras -pues de eso se
trata, sus novelas cuentan aventuras como las de siempre, de Homero a
Dumas- basadas en aventuras intelectuales que las enriquecen. Ordena El
maestro de esgrima según los capítulos de un tratado de este
histórico deporte, basa La tabla de Flandes en un cuadro
histórico de dos personajes que jugaron otrora una partida de ajedrez,
que habrá que jugar al revés para descubrir un crimen del pasado -al que
se superpone una intriga contemporánea entre restauradores de cuadros- o
en los medios de la bibliofilia y antigüedades y círculos aficionados a
la obra de su admirado Alejandro Dumas en El club Dumas, o en
ambientes eclesiásticos e informáticos en la historia de una iglesia que
mata para no morir en La piel del tambor o nos cuenta el rescate
de un tesoro hundido en el mar siguiendo pistas a través de mapas
marinos históricos en La carta esférica. Seguir sus libros más
largos y serios resulta así tanto o más sugestivo por sus intrigas
basadas en enigmas culturales que en las aventuras físicas o normales
que corren sus personajes, que muchas veces se resuelven revelando
primero sus enigmas intelectuales o culturales. No es fácil saber de
bibliofilia, jugar al revés al ajedrez, introducirse como un hacker en
la informática vaticana, conocer la historia real de los manuscritos de
Dumas, saber de restauraciones de cuadros o de la evolución de la
historia de los mapas marinos, ya está, eso es lo que a mis ojos
enriquece su sabiduría narrativa, tan bien construida siempre, tan
exhaustivamente detallada, documentada y estructurada, hasta el punto de
que, frente a todo ello, la historia real resulta más endeble y a veces
hasta tópica.
Pues bien, hasta aquí hemos llegado ahora. La Reina del Sur prescinde de todas esas arquitecturas anteriores para contarnos una
aventura de manera lineal y directa, sin -al menos en apariencia, pues
las citas de los corridos mexicanos sólo le sirven para titular
capítulos- las apoyaturas culturales de antes. Se trata de la aventura
vital de una joven delincuente, Teresa Mendoza, mexicana de Sinaloa,
compañera de un piloto dedicado al contrabando de droga, que traiciona y
es asesinado por sus propios colegas, obligando a la muchacha a poner
difícilmente pies en polvorosa, pues la violan mientras se defiende a
tiros para no correr la misma suerte. Huye a España, a Melilla, donde
trabaja de camarera, se lía con un gallego también narcotraficante y
piloto de planeadoras marinas, se traslada a Gibraltar y Algeciras, ve
morir a su compañero en un accidente que quizá sea criminal y va a dar
con sus huesos al penal del Puerto de Santa María. Las aventuras se
suceden a un ritmo frenético, que también permite a su autor mostrar sus
habilidades lingüísticas en el lenguaje mexicano popular, donde efectúa
verdaderos "ejercicios de estilo", y mostrar sus profundos
conocimientos del hampa de aquel país y del narcotráfico multirracial,
internacional y cosmopolita que transcurre en torno al estrecho de
Gibraltar y que el competente periodista que es Pérez-Reverte, experto
en guerras y batallas sin cuento, describe a la perfección, pues se
trata de una novela escrita "desde fuera", ya que el propio
Pérez-Reverte se presenta como un contrapunto persiguiendo la historia
de su personaje, aquí no caben experimentos interiores que valgan, su
modelo no es Proust sino Dumas.
Durante su estancia en la cárcel, Teresa Mendoza se revela como una
buena cabeza, inteligente, fría y calculadora, se aficiona a leer (?) y
descubre fascinada -entre otros libros que aquí se homenajean- la
historia del Conde de Montecristo, que ella misma está repitiendo sin
saberlo conscientemente: pues la suya es la historia de una venganza,
pasada por la cárcel, con una iniciadora aristocrática que hace las
veces de abate Faria con su tesoro a cuestas, lo que le permitirá al
salir iniciar la(s) historia(s) de su(s) venganza(s). Teresa Mendoza es
otro Alatriste (femenino), delincuente, eso sí, pero con el honor a
cuestas de sus derrotas anteriores, que se salvará al final, lavará sus
culpas ante la justicia -no sin la debida y frenética batalla final, que
quizá, pese a su perfección, sea un pegote- y se desvanecerá en el
horizonte como su admirado Edmundo Dantés, quizá en su caso con un hijo
en su seno, aspirando a una posible paz, con las venganzas satisfechas,
después de tanto delito, tanto crimen, tanto muerto, tanta traición,
tantas mafias, intrigas y aventuras desmelenadas. Pasen y lean, el
espectáculo está no solamente servido sino asegurado.