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Críticas

Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.

El horror de nuestro mundo amasado con nuestro barro humano

NGEL BASANTA | EL CULTURAL - 09/3/2006

Pérez-Reverte llevaba muchos años gestando esta novela concebida con experiencias y sentimientos vividos en más de veinte años de corresponsal de guerra en los principales conflictos bélicos y con los cuales se ha formado su visión del mundo, escéptica y fatalista.

En El pintor de batallas se descubre un cambio en su trayectoria novelística. Antes se propuso divertirse contando historias de acción e intriga. Ahora ha destilado la esencia de su pensamiento y su visión de la vida, nacidos de aquellos años de reportero, de los que había dado un ácido testimonio en Territorio comanche (1994), para componer su novela más personal e intensa, la más profunda y también la mejor.

Parece como si el autor sintiese la necesidad de sumergirse en los pliegues más oscuros de la condición humana, donde anidan la capacidad para el mal y el horror, que han llenado de sangre la historia de la humanidad. Por eso El pintor de batallas abre una nueva etapa en su evolución literaria. Antes predominaban la acción y la suspensión de la intriga en relatos de composición clásica. Esta novela, en cambio, privilegia la reflexión, la concentración conceptual y formal y las implicaciones simbólicas de muchos elementos hábilmente dispuestos en la trama. Para potenciar al máximo su autenticidad y realismo el autor ha empezado por prestar al protagonista algunos rasgos propios como su experiencia como corresponsal de guerra ya retirado, una edad parecida y su interés por la pintura. Todo lo demás obedece al afán de comprender la razón de tanta crueldad perpetrada por doquier, reflexionar y hacer reflexionar sobre el imperio del horror ante la fragilidad humana y, con ello, completar una novela literariamente ambiciosa que a nadie dejará indiferente porque transcurre por senderos hollados en "el corazón de las tinieblas".

La historia relatada es sencilla. Andrés Faulques ganó prestigio como fotógrafo presente en muchas guerras durante treinta años. Ha visto la muerte y el horror en millares de fotografías. Ha visto morir a su amante destrozada por una mina en Croacia. Como la fotografía no puede reproducir las mil caras del dolor, decide retirarse y, tras contemplar los mejores cuadros de batallas, se refugia en una torre abandonada en la costa para pintar en su interior un gran mural en el que expresar todo el espanto captado a través de sus cámaras y así pintar la batalla que no ha podido fotografiar. Y en este presente narrativo, situado en el siglo XXI, irrumpe como un vendaval de fuego y sangre el pasado que allí llega con la visita del soldado croata que viene a matarlo porque una fotografía suya contribuyó a destruir a su familia, y también por medio del recuerdo de experiencias compartidas con Olvido Ferrara, amante que dejó la fotografía de modas y arte para acompañar a Faulques.

El autor ha tenido que hacer un enorme esfuerzo de contención. Su maestría en el arte de contar historias, probada con creces en otras novelas, se subordina en ésta a su deliberada intención reflexiva, analítica y con imposible aspiración científica en la expresión y comunicación del horror. Dicha maestría brilla con eficacia narrativa en la fluidez y naturalidad con que los terribles fogonazos de lo vivido en tantas calamidades quedan integrados en episodios fragmentariamente recordados en los 19 capítulos de la novela. Su construcción descansa en un narrador omnisciente que organiza el relato en tres planos fundamentales que focalizan otras tantas visiones complementarias. La principal es la del pintor, que persigue la observación directa, objetiva; Su visión se complementa con la de Ivo Markovic, que, con su familia destrozada, encarna la realidad de la guerra (Faulques vio la guerra, Ivo la sufrió); y en el recuerdo aflora la visión de Olvido, que representa la mirada del arte.

El final resulta todo lo dramático que cabía esperar de una historia tan encarnizada. Y en su narración de atrocidades y pintura del horror se han superado con indudable acierto los peligros de la casquería, el melodrama y el ternurismo porque su mayor reto estilístico radica en la escalofriante frialdad con que se cuentan las más horrendas realidades de la guerra y en la precisión y la exactitud desplegadas en nombres y características de diferentes tipos de armas y aparatos fotográficos, con lo cual se intensifica el esencial realismo de la novela. Léanla y sentirán cómo quien nos entretuvo con fascinantes historias de aventuras ahora nos conmueve y desasosiega haciendo pensar con lucidez en el horror de nuestro mundo amasado con nuestro barro humano.